miércoles, 31 de julio de 2013

CÓMO DERECHIZAR A UN IZQUIERDISTA
Frei Betto
Ser de izquierda es, desde que esa clasificación surgió con la Revolución Francesa , optar por los pobres, indignarse ante la exclusión social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Bobbio, considerar una aberración la desigualdad social. Ser de derechas es tolerar injusticias considerar los imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente superiores a los demás.
Ser izquierdista -patología diagnosticada por Lenin como “enfermedad infantil del comunismo”- es quedar enfrentado al poder burgués hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en su propia causa.
Encarna todos los esquemas religiosos propios de los fundamentalistas de la fe. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la actual correlación de fuerzas.
El izquierdista adora las categorías académicas de la izquierda, pero se iguala al general Figueiredo en un punto: no soporta el tufo del pueblo. Para él, pueblo es ese sustantivo abstracto que sólo le parece concreto a la hora de acumular votos. Entonces el izquierdista se acerca a los pobres, no porque le preocupe su situación sino con el único propósito de acarrear votos para sí o/y para su camarilla. Pasadas las elecciones, adiós que te vi y ¡hasta la contienda siguiente!
Como el izquierdista no tiene principios, sino intereses, nada hay más fácil que derechizarlo. Dele un buen empleo. Pero que no sea trabajo, eso que obliga al común de los mortales a ganar el pan con sangre, sudor y lágrimas. Tiene que ser uno de esos empleos donde pagan buen salario y otorgan más derechos que deberes exigen. Sobre todo si se trata del ámbito público. Aunque podría ser también en la iniciativa privada. Lo importante es que el izquierdista sienta que le corresponde un significativo aumento de su bolsa particular. Así sucede cuando es elegido o nombrado para una función pública o asume un cargo de jefe en una empresa particular. De inmediato baja la guardia. No hace autocrítica.
Sencillamente el olor del dinero, combinado con la función del poder, produce la irresistible alquimia capaz de hacer torcer el brazo al más retórico de los revolucionarios. Buen salario, funciones de jefe, regalías, he ahí los ingredientes capaces de embriagar a un izquierdista en su itinerario rumbo a la derecha vergonzante, la que actúa como tal pero sin asumirla. Después el izquierdista cambia de amistades y de caprichos. Cambia el aguardiente por el vino importado, la cerveza por el güisqui escocés, el apartamento por el condominio cerrado, las rondas en el bar por las recepciones y las fiestas suntuosas.
Si lo busca un compañero de los viejos tiempos, despista, no atiende, delega el caso en la secretaria, y con disimulo se queja del “molestón”. Ahora todos sus pasos se mueven, con quirúrgica precisión, por la senda hacia el poder. Le encanta alternar con gente importante: empresarios, riquillos, latifundistas. Se hace querer con regalos y obsequios.
Su mayor desgracia sería volver a lo que era, desprovisto de halagos y carantoñas, ciudadano común en lucha por la sobrevivencia. ¡Adiós ideales, utopías, sueños! Viva el pragmatismo, la política de resultados, la connivencia, las triquiñuelas realizadas con mano experta (aunque sobre la marcha sucedan percances. En este caso el izquierdista cuenta con la rápida ayuda de sus pares: el silencio obsequioso, el hacer como que no sucedió nada, hoy por ti, mañana por mí.).
Me acordé de esta caracterización porque, hace unos días, encontré en una reunión a un antiguo compañero de los movimientos populares, cómplice en la lucha contra la dictadura. Me preguntó si yo todavía andaba con esa ‘gente de la periferia'. Y pontificó: “Qué estupidez que te hayas salido del gobierno. Allí hubieras podido hacer más por ese pueblo”.
Me dieron ganas de reír delante de dicho compañero que, antes, hubiera hecho al Che Guevara sentirse un pequeño burgués, de tan grande como era su fervor revolucionario. Me contuve para no ser indelicado con dicho ridículo personaje, de cabellos engominados, traje fino, zapatos como para calzar ángeles. Sólo le respondí: “Me volví reaccionario, fiel a mis antiguos principios. Prefiero correr el riesgo de equivocarme con los pobres que tener la pretensión de acertar sin ellos”.

jueves, 18 de julio de 2013

DISCULPE PRESIDENTE EVO MORALES
por Boaventura de Sousa Santos
Portugués, Doctor en Sociología del Derecho


Esperé una semana a que el gobierno de mi país pidiese formalmente disculpas por el acto de piratería aérea y de terrorismo de estado que cometió, junto a España, Francia e Italia al no autorizar la escala técnica de su avión cuando regresaba a Bolivia después de una reunión en Moscú, ofendiendo la dignidad y la soberanía de su país y poniendo en riesgo su propia vida. No esperaba que lo hiciese, pues conozco y sufro el colapso diario de la legalidad nacional e internacional en curso en mi país y en los países vecinos, la mediocridad moral y política de las élites que nos gobiernan, y el refugio precario de la dignidad y de la esperanza en las conciencias, en las calles, en las plazas, mucho tiempo después de haber sido expulsadas de las instituciones.

No pidió disculpas. Las pido yo, un ciudadano común, avergonzado por pertenecer a un país y a un continente que es capaz de cometer esta afrenta y de hacerlo impunemente, ya que ninguna instancia internacional se atreve a enfrentarse a los autores y mandantes de este crimen internacional. Mi petición de disculpas no tiene ningún valor diplomático, pero tal vez tiene un valor superior, en la medida en que, lejos de ser un acto individual, es la expresión de un sentimiento colectivo, mucho más importante del que puede imaginar, por parte de los ciudadanos indignados que todos los días suman más razones para no sentirse representados por sus representantes. El crimen cometido contra usted fue una más de esas razones. Nos alegramos de su regreso seguro a casa y vibramos con la calurosa acogida que le dio su pueblo al aterrizar en El Alto. Sepa, Señor Presidente, que, a muchos kilómetros de distancia, muchos de nosotros estábamos allí, embebidos en el aire mágico de los Andes.


El señor Presidente sabe mejor que cualquiera de nosotros que se trató de un acto más de arrogancia colonial en el curso de una larga y dolorosa historia de opresión, violencia y supremacía racial. Para Europa, un presidente indio es más indio que presidente y, por eso, es de esperar que transporte droga o terroristas en su avión presidencial. Una sospecha de un blanco contra un indio es mil veces más creíble que la sospecha de un indio contra un blanco.


Conviene recordar que los europeos, en la figura del papa Pablo III, sólo reconocieron que la gente de su pueblo tenía alma humana en 1537 (bula Sublimis Deus), y consiguieron ser tan ignominiosos en los términos en que rechazaron ese reconocimiento durante décadas como en los términos en los que finalmente lo aceptaron.

Se necesitaron 469 años para que fuera elegido, en su persona, un presidente indígena en un país de mayoría indígena. Pero también sé que está atento a las diferencias en las continuidades. La humillación de la que fue víctima, ¿fue una acto de arrogancia colonial o de sumisión colonial? Recordemos otro “incidente” reciente entre gobernantes europeos y latinoamericanos. El 10 de noviembre de 2007, durante la XVII Cumbre Iberoamericana en Chile, el Rey de España, molesto por lo que escuchaba del añorado presidente Hugo Chávez, se dirigió a él intempestivamente y le mandó callar. La frase “por qué no te callas” pasará a la historia de las relaciones internacionales como un símbolo cruelmente revelador de las cuentas por saldar entre las potencias excolonizadoras y sus excolonias. De hecho, es inimaginable que un jefe de Estado europeo se dirija en estos términos públicamente a otro congénere europeo, por cualesquiera que fueran las razones.


El señor presidente fue víctima de una agresión todavía más humillante, pero no se le escapará el hecho de que, en su caso, Europa no actuó espontáneamente. Lo hizo bajo órdenes de los Estados Unidos y, al hacerlo, se sometió a la ilegalidad internacional impuesta por el imperialismo norteamericano, tal y como, años antes, lo hiciera al autorizar el sobrevuelo de su espacio aéreo para vuelos clandestinos de la CIA, transportando a sospechosos camino de Guantánamo, en clara violación del derecho internacional. Señales de los tiempos, señor presidente: la arrogancia colonial europea ya no puede ser ejercida sin sumisión colonial.


Este continente se está quedando demasiado pequeño para poder ser grande sin estar sobre los hombros de otro. Nada de esto absuelve a las élites europeas. Sólo profundiza la distancia entre ellas y tantos europeos, como yo, que ven en Bolivia un país amigo y respetan la dignidad de su pueblo y la legitimidad de sus autoridades democráticas.